Será por dinero

200711263fajo

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Esa era la señal acordada para la cita y todavía me faltaban unos diez metros para llegar al punto fijado. A lo lejos estallaba la euforia de miles de personas en la plaza del reloj, podía sentir sus vibraciones a través del entramado de calles que me separaban de esos buenos deseos para el nuevo año. Escupí al suelo en señal de repulsa y maldije mi suerte, mi destino y todo aquello cuanto se me ponía a tiro.

Pensé en mi hija y en su inocente sonrisa mirándome desde el otro lado de la acera, con su vestido azul celeste de los domingos y su jirafa de trapo, a la que el paso del tiempo y un cariño excesivo le habían privado de una de sus pupilas en forma de botón. Aparté de mi mente esa ensoñación tan rápido como pude, tenía que estar tranquilo y firme para poder negociar. Palpé por debajo del abrigo el bolsillo de mi chaqueta y respiré hondo al comprobar que el sobre con el dinero seguía haciéndome compañía a través de esas calles agónicas y desiertas.

Crucé la esquina guiado por mi infalible sentido de la orientación y me encontré con el portal 27. Pulsé el botón del primer piso y el sonido del portero automático me indicó que estaban esperándome. Desde el hueco de la escalera podía oler el ansia de esos tipos por tener mi dinero entre sus manos. Subí cada peldaño con desmedida cautela, temiendo por mi integridad mental más que física. Una puerta se abrió de golpe y alguien desde dentro me gritó que me diese vida que no tenían toda la noche. Corrí hacia la luz y una marea de humo de tabaco me abrazó a la entrada robándome el poco aliento que me quedaba, mientras un armario empotrado con traje a medida me indicaba que le siguiese. Me condujo a una especie de sala donde cinco hombres jugaban al pocker. Mi presencia dibujó una mueca de disgusto en sus concentrados rostros y el que aparentaba más edad me ordenó que tomase asiento en una de las sillas vacías.

—Llega con retraso señor Benavides.

—Lo siento, no me conozco bien esta zona… —mentí.

—¿Ha tomado todas las precauciones que le hemos pedido?

—Si, le he dicho a mi familia que tenía que cerrar un asunto con un cliente y que tenía que ser esta noche.

—¿Tiene el dinero?

—Si, aquí lo tengo. —afirmé llevando mi mano al bolsillo derecho.

—De acuerdo. Este es el trato: nosotros le hacemos entrega de las fotos, usted nos abona la cantidad acordada y ambos nos olvidamos de este asunto para siempre. —me espetó acercándose un vaso de whisky a la boca.

Él tragaba el licor con parsimonia paladeando cada gota, a mí me costaba tragarme mi propia saliva que se había vuelto densa y pegajosa como la miel. El que me había acompañado hasta esa reunión de mafiosos sin escrúpulos me tendió un sobre. Lo abrí disimulando, como buenamente pude, mis nervios y mis ojos se clavaron en los de Yanira, esa diosa de ébano y marfil que una noche me enseñó el verdadero significado de la palabra lujuria. Desde que la conocí no pude apartarme de ese camino de éxtasis extremo. Era como un veneno que no podía dejar de beber, pero ambos éramos conscientes de que sólo nos unía el sexo. Esas fotos reflejaban mi doble vida, mis escarceos amorosos a espaldas de mi mujer, a la que adoro, y mi hija, por la que tengo desmedida devoción. Alguien se había dedicado a seguirme para sacar tajada y me tenían amenazado.

Extraje el dinero de mi chaqueta y lo deposité sobre la mesa; no tuve ánimos suficientes para negociar la cantidad. El que me había hablado ordenó al de su derecha que lo contase mientras sus ojos, enrojecidos por el humo, no dejaban de observarme. Me sentí desnudo, sucio, miserable, avergonzado por mis bajos instintos y me juré que se había acabado, que mi vida familiar valía más que cualquier polvo por alucinante que éste fuese. Me propuse pasar página y comenzar un nuevo año sin mentiras pero entonces bajé la mirada y los ojos de Yanira me desafiaron a seguir pecando, con sutiles parpadeos me invitaron a perderme entre sus pechos una vez más y no pude hacer la vista gorda. Será por dinero…