Aprender o estrellarse, no hay más opciones en esta baraja desordenada de ideas tontas y amor irracional, pero es lo que se me ocurre mientras te sigo esperando a la vuelta de cada domingo y lo sabes y lo sé… y sabes que lo sé y sé que lo sabes. Y es todo un puto juego de niños para que, el día en que todo reviente, nadie entienda ni la quinta parte de lo que te quise.
Mi voz es la memoria de tu incendio y, con esto, solamente pretendo que te sofoques con mi saliva mientras me enfrento a tu falta de sed… y tal vez, si bebemos de más empecemos por fin a echarnos de menos de verdad.
No quiero que los años me ganen todos los asaltos, pero soy muy fan de las derrotas y tan cabezota que me apuesto el cuello siempre a los impares. Solo quiero encontrarme con tus labios a cámara lenta, cuando vaya de cara y sin las prisas por vivir mil vidas por segundo.
No puedo caminar tan despacio bajo el sol abrasador de tu sonrisa mientras tú bajas la guardia y me desarmas por completo. Que eres de subir al cielo en el primer escalón y de estrellarte contra el suelo en el segundo… y yo, pequeño, tan solo soy de carne y beso y las caídas en picado me hacen trizas estas alas de alquiler.
No quiero ser tu media tinta, ni vivir rota cada minuto. Haces que parezca solo un instante, solo un segundo, cuando lo único que quiero es solicitar pista para aterrizar en tu alma. Voy a encontrar la salida por la puerta de atrás para irme de puntillas, sin hacer ruido, mientras este incendio todavía me quema; no quiero vivir para sobrevivir a tus disparos al aire, para pertenecer al invierno sin poder exigirle días de sol, ni para reprimir esta tristeza que me nace de la nada y no entiende de treguas.
Aprender o estrellarse… no hay más opciones en esta ausencia de vida,
sin tí…