Un nuevo día

Amanecer en el distrito de Tetuán de Madrid (España).
Un nuevo día acaba de parir sus primeros destellos bajo la influencia de una recién estrenada estación. Hace sueño, demasiado para hacer algún intento de despojo textil sobre un lecho que se muestra indiferente, una vez más, a mis delirios de noctámbula descreída. Con precisión felina me dejo caer sobre ese áspero suelo de parqué que llora sus vestiduras de antaño, cuando todavía podía reflejar mis bostezos sobre su lomo reluciente. Arrastro mi desvergonzada forma humana hacia el lavabo y, sin censuras ni fronteras, limpio mis pecados con el agua más pura que encuentro disponible a esas horas con legañas. En estos instantes, cuando las calles aguardan en silencio los primeros ruidos de la rutina, cuando el aire se despereza a lo largo de las avenidas en forma de aprendiz de viento huracanado, cuando la vida que aprende a gatear sale de su escondrijo y amenaza con brotar a golpe de incómodas sirenas que nada tienen que ver con cantos marítimos ni largas colas de escamas, cuando la maquinaria recién engrasada se dispone a arrancarle los dientes a la pereza frotando sus mandíbulas con diésel de dudosa calidad, cuando todo comienza para volver a terminar…

Mastico con descarada parsimonia la idea de emprender el vuelo pero me acosan las dudas a preguntas que no estoy en disposición de responder y, quizás, no exista una contestación adecuada que sacie su sed de relativizar los problemas para seguir tirando. Estrujo mis pensamientos como si quisiese extraer su zumo para dejarlo macerar y bebérmelo cuando su contenido en alcohol supere mis expectativas. Me concentro en cada recodo de ese habitáculo que, muchas veces, se pierde en pensamientos fugaces para que ninguna partícula se despiste de mi labor y con disimulado rigor científico me columpio bajo una tormenta de ideas sin predecir. Paladeo esa extraña mezcla de sabor a desconcierto y esperanza y me doy cuenta de que les falta sal. No tienen lo esencial para despertar ese interés que me hace cosquillas a traición. Además de su carencia en sodio, están desprovistas del sentido más común, ese que hace las maletas cuando se avecinan cambios improvisados. Esas ideas matutinas se aglutinan en mi paladar con cierto desorden, sin preocuparse de quien ha sido la última en llegar o cuál será la primera en abandonar este barco cuando se vaya a pique. Enjuago mi boca con tímidas promesas que no me atrevo a pronunciar por si se vuelven más frágiles que una copa de Murano y con ello se evaporan todos los miedos que emanan de este desayuno concentrado en pasados recientes y futuros cercanos, que más que sabor a gloria me ha sabido a mucha pena…

Sabor a ti

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Voy a contarte como reposar tus soberanas estupideces en el olvido de todas a cuantas has enmudecido. Voy a decirte al oído como se deben cruzar los semáforos al rojo vivo cuando, en lugar de peatón, eres la víctima. La verdad siempre ha sido la clave en tu falsa sonrisa, como cuando lamías el jugo exprimido de la victoria, sobre el resto de los que no pueden decir que han triunfado alguna vez en sus vidas de parásito callejero.

No entiendo cómo pude caer en esas redes a medio tejer con hilo de saldo, ni cómo me engañaron tus caricias verbales aquella tarde de primavera templada… porque no hacía demasiado calor, porque el sol estaba muriendo lentamente sobre nosotros mientras observábamos pasar el tiempo tan deprisa que apenas podíamos percibir su transcurso, porque entre nuestros dedos desnudos de compromisos no había distancias. Esta vez si, prometo dejar pasar las ausencias en memoria de tus inertes explicaciones, que nada aportan a mi empeño por palidecer bajo este cielo abrasador. Te dedico esta insinuante melodía de tono muerto y sostenido para que la sientas como yo la vivo. Para que notes cómo sus notas penetran en mi y me enloquecen al compás de las yemas de esa novedad que me desnudó por la espalda. Fumaré de tu aliento una vez más para no caerme cuando te vayas y poder seguir respirando tu pista mientras te alejas por los senderos de mi desencanto.

Me apetece recortar tu silueta a mordiscos y guardarla lo más profundo que pueda, aunque no deba, para que no se pierda la esencia que una vez me hizo roedora del cariño que se quedaba colgando de las comisuras de tu aliento. Despertaré con el recuerdo del aroma de aquellos besos que, una vez, se me ocurrió comprar a precio de mercado y por los que todavía estoy pagando una deuda que me hará prisionera de por vida, pero ha merecido la pena hipotecar mi rutina por paladear un segundo tu sustancia más prohibida, que sin saber a qué sabe, intuyo que es digna de querer probar…

Cuando los finales se visten de luto

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Me he convertido en la mejor embajadora de los cuentos con final teñido de negro,
la única representante de huecos vacíos a jornada completa
y la que excava pozos en corazones heridos
para comprobar que, al otro lado, me encuentro con la misma mierda.
Me he convencido de que no importa el número de veces que te invoque,
si cada gesto que me lleva a anhelar tu piel, para ti, no es más que teatro.
Pocos placeres existen como el de saber desnudarse de dentro hacia fuera
cuando necesitas una razón para limpiarte esas huellas que te saben amargo,
y tocar esas fibras que hacen de las metáforas balas encendidas directas al alma.
Quiero disparar a matar y usar tu lengua como única munición
para llegar a coaccionar una tregua de mi talla.
Siempre ha sido mi proyectil elegido para saciar el verbo añorar
y ahora que su sabor se aloja sólo en mis pensamientos,
me pregunto si, algún día, volveré a notar un tacto mejor entre mis dientes.
Y tú que te has prestado a ser recámara, sólo porque me albergas dentro,
no entiendes porque te pido la muerte sin victoria, sin perdices,
sin puntos que fuercen segundas partes, ni capítulos finales;
Aún así, en tus ojos no han nacido las ganas de disparar, ni ayer, ni hoy,
ni cuando los años dejen de sonreírnos y bailen acordes pasados de plazo,
pensando que alguna vez, fuimos letras jugando a quererse
y sin dejar de mirarse,
se prometieron la eternidad.

#Cómo sobreviví a mi propio «muso»

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Yo sobreviví a mi muso. Un simple e inocente “hola” bastó para arrancar la pereza de huir de cientos de meses durmiendo junto a la misma cara. Un sencillo comentario de texto, donde los elogios compartían lecho con la crítica más constructiva, fue el impulso que necesité para iniciar una historia que se quedaría huérfana de final feliz.

Conocí a mi muso en un taller de literatura on line. Al principio sólo compartíamos afición por contar historias de forma más o menos entretenida. Nuestro contacto se limitaba a aportar ideas, correcciones y opiniones sobre los ejercicios que nos proponían cada mes, siempre con la intriga del anonimato. Nos gustaba ese juego y la atracción por nuestra particular forma de narrar, era mutua. Jugábamos con las palabras haciendo malabarismos y creamos un mundo hecho a medida, donde lo que siempre habíamos soñado existía de verdad. Cuando quisimos darnos cuenta, las mariposas que habían permanecido en letargo tantos años estaban más despiertas que nunca y su revoloteo era casi incontrolable.

El misterio fue desvaneciéndose a medida que el interés caminaba en línea recta hacia nosotros mismos. Me desnudé poco a poco, presentándole cada una de mis debilidades, de mis virtudes, de mis sueños; incluso, llegué a mostrarle mi lado más intransigente, rebelde y puñetero. Así me solía calificar, de “puñetera”.

Compartimos risas, lágrimas, proyectos y de la nada surgió el todo y de mi espalda unas alas que me permitieron volar sin echar mano del freno. Nos convertimos en verdugos de nuestras propias biografías y la ficción que se encargó de construir a mi alrededor, hizo que mi vida se partiese en dos. Un antes rutinario y falto de ganas y emoción y un después que relucía entre los escombros de lo que nunca volvería a ser. Ese acento extranjero que se había presentado voluntario a ocupar el puesto de muso que solicité en tono jocoso en mi taller literario, se ganó el cargo con creces. Su remuneración fue mi entrega absoluta en alma porque nuestros cuerpos estaban a kilómetros de distancia. Desempeñó su papel de forma tan exacta que mi creatividad no vislumbraba el fondo. Me reía con sus cosquillas escritas y me emocionaba con cada frase que disparaba directa a mis costillas. Era como esa fuente inagotable de la que beber. Sólo con pensarle un segundo, de mí brotaba la magia sin truco de convertir patos en cisnes. Se instaló en pleno centro de mi vida con vistas a todos mis recuerdos. Se adueñó de mi corazón a tiempo completo y obtuvo pase VIP en todos y cada uno de mis deseos, desde el más básico al más obsceno.

La relación contractual de muso la cumplía a rajatabla. Era especialista en estimular inspiraciones ajenas y en la mía, se había licenciado con matrícula de honor. Durante mucho tiempo me hizo creer de verdad en el amor eterno, en las mitades perfectas y en que uno más uno, cuando hay química, siempre es uno. Me enamoró de la forma más premeditada que un muso puede lograr, vendiéndome humo a cambio de morbo, pintando de color verdad las mentiras que yo quise creer y bautizando cada encuentro virtual o telefónico que me brindaba con licores premium, de esos que a penas te dejan resaca cuando el olvido se despierta por obligación. Sus promesas que, al principio, olían a nuevo empezaron a apestar. Poco a poco se fue convirtiendo en droga y estaba realmente enganchada. Sin él, no era yo. Su ausencia se traducía en dolor físico, moral y si me apuras, incluso espiritual. Cuando mi muso decidía saltar por la ventana y desaparecer unos días, me quedaba atrapada en mi Limbo, intentando sobrevivir a la falta de razones para salir corriendo de mí, a ese misterio que encerraba su verdadera identidad. Nunca supe su nombre real.

El cuento pedía a gritos un final tan perfecto como el príncipe que se encargó de diseñar para mí. Cada vez las expectativas eran mayores. Harían falta guirnaldas y fuegos artificiales en cantidad industrial para decorar la escena.

Elevó al infinito mis ilusiones y me sedujo hasta dejarme sin aliento pero un día, que vi venir en el calendario como quién ve aproximarse un huracán que arrasará su casa, se extinguió su llama. La luz de su faro se apagó sin contar hasta diez y su presencia en formato digital y led dejó de iluminar mi cara de gilipollas. Mejor no verse en el espejo. Mejor pasar la última página de mi libro y pensar que su contenido es fruto de mi imaginación. Mejor inspirarse en pieles que se puedan tocar. Mejor poder contarlo y reír. Mejor ser conscientes de que la vida está para poder estrellarse tantas veces como necesitemos para aprender y que caer también es bueno para levantarse con más ganas. Mejor saber sobrevivir a todos, incluso a nosotros mismos, que dejarse morir para siempre.

Este es mi relato ganador del concurso #Yo sobreviví a… que organizó la editorial Argonautas con motivo de la promoción del libro de Luís Cano: «Cómo sobrevivir a Carla»

Uno de los premios que se llevaba el ganador era la publicación del relato en la revista de la propia editorial, aquí podéis verlo: (poned en el buscador Argonautas y os saldrán todos los números de la revista. Es la nº 9, el enlace no lleva directo a la revista)

http://issuu.com/…/revista_argonautas__08_octubre…/c/scwoif1

Nota: Amore, riposa in pace! Ésta ha sido mi recompensa… no iba a ser todo malo! 😉
(Sé que tu corazón y tu alma, serán míos para siempre)