Causa de muerte nº 4 (o de cómo sonreír al vacío)

unnamed

A veces pasa sin querer, llega un momento en el que sin saber por qué… te acojonas, es inevitable.

Vas sin frenos hacia un precipicio que te promete sobredosis… ¿de qué?

Ni lo sabes, ni te importa,

pero el deseo de saltar pronuncia tu nombre en arial black mayúscula, con esa insistencia de quién busca tu cintura a tientas en mitad de un mar de sábanas en calma. Así que decides sonreír al vacío y dejarte caer, obviando todos esos “para qués” que te muerden los tobillos para disuadirte, porque lo único que quieres es besar el suelo cuanto antes; porque en lo único que crees, mientras saltas, es en el sabor de esa boca que te reta a hacerlo sabiendo que no saldrás ilesa. Estoy a un palmo de ti y la colisión con tus pupilas me promete un final sin perdices y con mucha sangre, pero tu reflejo es a veces tan “yo” que la idea de perderme ese accidente me apaga por dentro y sé que contra esto no hay vacuna pero no quiero vivir entre incógnitas sin despejar, ni escapar de mí misma para variar, como todas las veces que suspiro mirando al suelo sabiendo que lo que vale la pena está en el estante de arriba.

Tengo miedo, joder…

Miedo y frío… pero me reconozco tanto en este desafío que juraría que van a saltárseme las pocas tuercas que no he perdido y las lágrimas que me aposté no volver a perder.

Te prometí mil veranos de sol y perdona, pero solo aprendí a invocarme la lluvia cuando quiero que regreses y no lo haces. En cambio, tú… solo necesitas una primavera para reconocer que lo que has sentido es tan real como tu fe ciega en los detalles, esos que marcan la diferencia entre lo especial y lo mediocre, pero a mi escepticismo le pesa la vida que arrastro casi tanto como haberme hecho devota de unas caricias que imagino. Yo que solo creía en el sexo sin amor como escalera de incendios a la que aferrarme cuando todo estalla, cuando el cuerpo te pide tregua y el corazón se inunda de café con hielo.

Al fin salto y me prometo que ante el vicio de no poder amarte está la virtud de saber perderte…