Me pierdo en las esquinas de tu epicentro y miro dentro, me asomo a las averías que encierra tu alma y mi saliva abre, con cuidado, esa puerta que alguien se dejó a medio cerrar. El sigilo apellida cada uno de tus movimientos en esta coreografía que peca de excesos y yo me limito a desembocar en el brillo de tus ojos; ese que, a veces, traduce en líquido tus miedos y subraya cada bostezo en infinitas promesas de soñarme entre tus opciones para no dormir.
Y me pregunto… Cuánto miden esas sensaciones que resbalan por tu columna cuando mis manos te leen…
…Cuántos centímetros necesito de ti para sentir esa saciedad sorda que me diga basta…
Y…cuánto pesa cada uno de tus deseos en esa progresión hacia este limbo en el que nos ocultamos de los juicios y de la luz…
Quiero atrapar con mi lengua los restos de tu naufragio y suicidar contra la tuya cada gota de placer que lloran mis entrañas. Disfrutar de los preliminares de este juego con mayúsculas y restar importancia a todas esas reglas que lapidan la normalidad y sin piedad, dividen la belleza de lo irracional en fragmentos despreciables. Dejar de pensar, vivir… y sentir cómo tu voz arropa mis silencios mientras tus manos tejen caricias en mi espalda.
Cómo olvidar que coronaste la cumbre de mi hoguera con esa destreza que destila tu tacto y que me desnudaste la vergüenza saboreándome en tus dedos antes de dejarme morir. Soy de las pocas que se ha atrevido a reírse de esa pereza cobarde para nadar a contracorriente y de las que sienten que no hay barreras en cada uno de los futuros que barajo cuando siento la vida bajo mis uñas, la lluvia sólo cuando se secan mis instintos y la tormenta cuando la calma me sabe a miedo por haber encontrado sin buscar…