El azul de la locura

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El azul de la locura lleva besos en las medias y, en el alma, trocitos de esperanza improvisada. A veces, se despierta con cara de viernes cuerdo porque tiene que enfundar fantasías; demasiado locas para ser verdad, demasiado verdaderas para ser reales en un mundo tan hipócrita como cobarde. Sin embargo, sabe que las derrotas no se imponen ante nada y no consiente que se pierda ni una sola de las sonrisas que crecen en su boca.

El azul de la locura tiene la marea alta y la mirada apoyada en un horizonte que sólo alcanza de puntillas. Lleva puesto un sombrero de sueños y sigue queriendo jugar a descubrir sensaciones en la espalda del menos común de los sentidos. El azul de la locura le cuenta los lunares al miedo y a la pereza, poemas de rima fácil. Nunca se rinde aunque roce el suelo más veces de las que quiere y casi siempre advierte rendijas de fácil acceso para salir ilesa de todas sus tentaciones.

El azul de la locura tiene las ganas de vivir al borde del vértigo, porque sabe que todos los cuentos que merecen la pena empiezan justo por el final. También tiene la cordura a punto de nieve por si hay que disimular en momentos dónde los latidos se aceleran y la boca se inunda de saliva. Sabe nadar entre pros y peros, como nadie, y se ha licenciado en perder la vergüenza con más sobresalientes que dignidad.

A veces se muerde la obviedad tan fuerte que le sabe a raíces muertas y es entonces cuando sus pasos le sirven de muelle y le hacen de tripas un corazón que ha aprendido a sumar sin maestros porque… el azul de la locura tiene olor a utopía despierta en el fondo de tu ombligo, a andén desierto en las horas más putas y a esa espera impaciente que penetra vidas sin licencia. Es el tono que sabe arrancarte madrugadas de la forma más salvaje y devorarte el sentido figurado para deshacer todos los nexos; esos que crecen entre lo que te esperas de mí y lo que te ofrezco.
Mi locura contigo… siempre estará vestida de ese azul intenso que, una tarde cualquiera, nos hizo despegar sin miedos y mirarnos a ciegas con la punta del deseo más encendida que nunca.

Esa alucinación neurológica post mortem llamada “cielo”

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Vestido corto de flores pequeñas blancas sobre fondo azul marino y volantes sobre los hombros. Zapatos de tacón y piernas sin fin. Abrigo largo hasta la rodilla, bolso de ante y una nota mental que me recuerda cada día que el premio soy yo. Pelo suelto y ligeramente húmedo. Crema de manos para pieles sensibles, de protección factor 50 para el rostro y una sonrisa de miércoles que me sabe a noche anterior. En la boca un trident de fresa y muchas ganas de besarte y en el pecho, un corazón lesionado dispuesto a saltarse todos las señales de stop. Burdeos para las uñas, gloss para los labios y para los pómulos, coral eléctrico. Dos anillos; uno con distintos tonos de azul y otro plateado formando una gran S sobre el dedo índice. Pendientes de cadenas y plumas y la extraña sensación de estar olvidándome de algo.

Así estaba tu cielo este 10 de febrero.